En
este ensayo, Gomà expone con mucha agudeza el tema de la veracidad con los
demás.
A
menudo, se oyen las expresiones “La verdad es que…” o “Yo sinceramente…” y solo
con escuchar “sinceridad” parece que ya se dice la verdad y que no se le puede
objetar.
Antiguamente,
el hombre perfecto no se definía tanto por la sinceridad sino por la virtud.
Sin embargo, a partir del siglo XVIII se empieza a estender la concepción de la
sinceridad ante todo, es decir, que el hombre tiene la “obligación” de ser uno
mismo, de expresar libremente su interioridad…
Por
lo tanto, sacrificio, autoexigencia, renuncia dejan de ser utilizados y se
convierten en expresiones arcaicas ya que se oponen a la naturaleza humana que
busca las pasiones desenfrenadas, en definitiva los caprichos.
Asimismo
la cultura crea, como dice Gomà “mediaciones con la realidad”, es decir,
pordíamos comer con las manos pero, sin embargo comemos con cubiertos.
Podríamos enfurecernos con el prójimo y acusarle de sus defectos pero por
cortesía y consideración, callamos. Estas mediaciones también han sido
desprestigiadas por la modernidad, pues con la excusa de “todo el mundo tiene
derecho a expresar lo que siente”, se cometen muchos abusos.
Gomà
llega a la conclusión de que prefiere las “piadosas hipocresías” a la
sinceridad, pues contribuyen a un mundo más sociable en el que fluya más la
amabilidad.