Presentación

Me llamo Cecilia Sánchez. Tengo 18 años y estoy estudiando 1º de Educación Primaria en la Universidad Internacional de Cataluña.

En este blog, voy a ir colgando las distintas actividades que realicemos en la asignatura de Habilidades comunicativas con la Dra. Mapi Ballesteros. Con ello, espero poder mejorar mi comprensión y expresión en ambas lenguas, castellano y catalán, ya que es una de las herramientas fundamentales para llegar a ser un buen maestro.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Argumentación: abrochado a la dulzura de vivir


“El Estado no está autorizado a evitar el daño propio convirtiendo una conducta privada en ilícita y punible”. Esta frase que utiliza Gomà en este ensayo, es un tema muy recurrente a debatir.
Ciertamente el Estado tiene “la obligación” de proteger nuestra seguridad y de sancionarnos por la realización u omisión de ciertas accciones que la vulneren. Pero, según Gomà, este poder frecuentemente se extralimita y se convierte en una forma de totalitarismo, en la que el Estado posee un control absoluto.
Si las leyes tienen por objetivo regular ciertas relaciones interpersonales, la imposición del cinturón de seguridad tendría que verse como una manera de propasar estos objetivos, ya que busca la protección del individuo en particular. Lo mismo sucede con el consumo de drogas o el intento de suicidio. En principio no vemos que pueda haber ninguna relación interpersonal que proteger.
Pero ¿es esto cierto? Realmente, si nos detenemos a reflexionarlo nos podemos dar cuenta de que afectan a terceras personas. Si fallecemos en un accidente de tráfico, por no llevar puesto el cinturón de seguridad, ¿no afectaría esto a nuestros familiares y amigos?
Vivimos encasillados en una sociedad concreta y nuestra vida es la configuración de las relaciones con nuestros semejantes. Por lo tanto, no podemos establecer con exactitud  el límite entre lo que afecta a nivel individual y lo que no. Es por eso, que deberíamos concienciarnos de que la mayoría de nuestras decisiones afectan a terceros.
En definitiva, el Estado hace muy bien regulando estas actuaciones ya que, muchas veces, incluso nosotros mismos no nos damos cuenta de que perjudicamos al prójimo con nuestras acciones. Por ello, es necesario un organismo exterior que normalice estas conductas, siempre y cuendo, no pierda como primordialidad la búsqueda del bien común.